Juan Pablo II en su exhortación apostólica “Christifideles laici, los fieles laicos, hacía una llamada al compromiso cristiano", escribía:
“La llamada no se dirige solo a los pastores, a los sacerdotes, a los religiosos, sino que se extiende a todos: también los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión a favor de la Iglesia y del mundo. Lo recuerda san Gregorio Magno, quien comenta de este modo la parábola de los obreros de la viña: Fijaos en vuestro modo de vivir, queridísimos hermanos, y comprobad si ya sois obreros del Señor. Examine cada uno lo que hace y considere si trabaja en la viña del Señor.(nº 2)
Este texto no hace sino abundar en el pensamiento del Concilio Vaticano II cuando dice que “los seglares tienen que desempeñar también un papel importante, para ser cooperadores de la verdad (3Jn 8). (AA 6)
También podríamos recordar alguna página del Concilio Vaticano II que nos exhorta: la formación para el apostolado supone una cierta formación humana, íntegra. Porque el seglar, conociendo bien el mundo contemporáneo, debe ser un miembro acomodado a la sociedad de su tiempo y a la cultura de su condición.
Debe aprender a cumplir la misión de Cristo y de la Iglesia, viviendo de la fe en el misterio divino de la creación y de la redención, movido por el Espíritu Santo, que vivifica el pueblo de Dios… Además de la formación espiritual requiere una sólida formación doctrinal teológica, ético-social, filosófica…(AA 29)
Estos textos me llevan a contemplar al seglar como una persona que está de cara al misterio de Dios, y al misterio de la vida humana. Y siendo esto así, hay un horizonte óptimo para el desarrollo de una teología laical, no una teología para laicos, sino, sino una teología hecha desde los laicos, como afirmaba un profesor de facultad universitaria, ante la cara de sorpresa del obispo que escuchaba.
Y pienso que esto es muy deseable y necesario, sobre todo cuando oyes a estudiantes de facultades de teología que afirman recibir una teología de laboratorio. Y es evidente que hay mucho de laboratorio de la reflexión teológica; cuando debemos buscar una reflexión de la Palabra de Dios que nos permita proyectar la luz del Misterio salvífico de Dios sobre la vida humana.
Esto es deseable y necesario cuando son muchos los pastores inmersos en un dinamismo que impide tiempos de reflexión y de plegaria, que me lleva a recordar las consideraciones que san Bernardo hace a su antiguo discípulo, ahora Papa Eugenio II sobre las múltiples y malditas ocupaciones que le impiden dedicar un tiempo a sí mismo y a un diálogo sosegado con Dios. Un tratado que Juan XXIII se hacía leer durante la comida.
Hoy nos encontramos con seglares que disponen de más tiempo para el estudio, para el servicio eclesial, que tienen una capacidad de penetrar en ambientes que a los religiosos nos puede suponer más problemático, quizás por tópicos, o por nuestra vida acomodada.
Y el Vaticano II, en el capítulo II de la Lumen Gentium, que nos habla del Pueblo de Dios, inmediatamente después de exponer en el capítulo primero el Misterio Trinitario nos dice: la congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación y principio de unidad y de paz es la Iglesia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera para todo y cada uno. (LG 9)
Pero en esta “congregación” todavía los seglares no tienen el protagonismo que se pide y espera de ellos. Teóricamente, sí. Se han hecho muy buenos documentos, pero todavía están ocupando espacio en el archivo. Todavía es noticia el nombramiento de un hombre o de una mujer para determinadas responsabilidades a nivel de diócesis o de Iglesia en general. No hay una presencia amplia, seria, profunda que ponga a la Iglesia más como pueblo de Dios, que como Iglesia clerical. Y ya no digamos seglares con una sólida formación teológica.
Y esto no siempre ha sido así como lo reconoce el mismo Concilio: El apostolado de los seglares, surge de la misma vocación cristiana. Su presencia fue muy viva y fructuosa en los orígenes de la Iglesia. (cf. Act 11,19-21; 18,26; Rom 16,1-16; Filp 4,3). (AA,1)
A quien se la pidiere han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna (cf 1Pe 3,15) (LG 10)
Esto es así. Lo sugiere el mismo Concilio, lo han afirmado directamente los últimos Papas en varias intervenciones: la Iglesia sin el pueblo de Dios, sin el protagonismo de los laicos es menos Iglesia. Luego hay que dar lugar a este protagonismo, estimularlo. Necesita la Iglesia muchos laicos con una hondura teológica y una luz espiritual que permita a la Iglesia llevar más luz evangélica a la vida de nuestra sociedad.
“La llamada no se dirige solo a los pastores, a los sacerdotes, a los religiosos, sino que se extiende a todos: también los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión a favor de la Iglesia y del mundo. Lo recuerda san Gregorio Magno, quien comenta de este modo la parábola de los obreros de la viña: Fijaos en vuestro modo de vivir, queridísimos hermanos, y comprobad si ya sois obreros del Señor. Examine cada uno lo que hace y considere si trabaja en la viña del Señor.(nº 2)
Este texto no hace sino abundar en el pensamiento del Concilio Vaticano II cuando dice que “los seglares tienen que desempeñar también un papel importante, para ser cooperadores de la verdad (3Jn 8). (AA 6)
También podríamos recordar alguna página del Concilio Vaticano II que nos exhorta: la formación para el apostolado supone una cierta formación humana, íntegra. Porque el seglar, conociendo bien el mundo contemporáneo, debe ser un miembro acomodado a la sociedad de su tiempo y a la cultura de su condición.
Debe aprender a cumplir la misión de Cristo y de la Iglesia, viviendo de la fe en el misterio divino de la creación y de la redención, movido por el Espíritu Santo, que vivifica el pueblo de Dios… Además de la formación espiritual requiere una sólida formación doctrinal teológica, ético-social, filosófica…(AA 29)
Estos textos me llevan a contemplar al seglar como una persona que está de cara al misterio de Dios, y al misterio de la vida humana. Y siendo esto así, hay un horizonte óptimo para el desarrollo de una teología laical, no una teología para laicos, sino, sino una teología hecha desde los laicos, como afirmaba un profesor de facultad universitaria, ante la cara de sorpresa del obispo que escuchaba.
Y pienso que esto es muy deseable y necesario, sobre todo cuando oyes a estudiantes de facultades de teología que afirman recibir una teología de laboratorio. Y es evidente que hay mucho de laboratorio de la reflexión teológica; cuando debemos buscar una reflexión de la Palabra de Dios que nos permita proyectar la luz del Misterio salvífico de Dios sobre la vida humana.
Esto es deseable y necesario cuando son muchos los pastores inmersos en un dinamismo que impide tiempos de reflexión y de plegaria, que me lleva a recordar las consideraciones que san Bernardo hace a su antiguo discípulo, ahora Papa Eugenio II sobre las múltiples y malditas ocupaciones que le impiden dedicar un tiempo a sí mismo y a un diálogo sosegado con Dios. Un tratado que Juan XXIII se hacía leer durante la comida.
Hoy nos encontramos con seglares que disponen de más tiempo para el estudio, para el servicio eclesial, que tienen una capacidad de penetrar en ambientes que a los religiosos nos puede suponer más problemático, quizás por tópicos, o por nuestra vida acomodada.
Y el Vaticano II, en el capítulo II de la Lumen Gentium, que nos habla del Pueblo de Dios, inmediatamente después de exponer en el capítulo primero el Misterio Trinitario nos dice: la congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación y principio de unidad y de paz es la Iglesia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera para todo y cada uno. (LG 9)
Pero en esta “congregación” todavía los seglares no tienen el protagonismo que se pide y espera de ellos. Teóricamente, sí. Se han hecho muy buenos documentos, pero todavía están ocupando espacio en el archivo. Todavía es noticia el nombramiento de un hombre o de una mujer para determinadas responsabilidades a nivel de diócesis o de Iglesia en general. No hay una presencia amplia, seria, profunda que ponga a la Iglesia más como pueblo de Dios, que como Iglesia clerical. Y ya no digamos seglares con una sólida formación teológica.
Y esto no siempre ha sido así como lo reconoce el mismo Concilio: El apostolado de los seglares, surge de la misma vocación cristiana. Su presencia fue muy viva y fructuosa en los orígenes de la Iglesia. (cf. Act 11,19-21; 18,26; Rom 16,1-16; Filp 4,3). (AA,1)
A quien se la pidiere han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna (cf 1Pe 3,15) (LG 10)
Esto es así. Lo sugiere el mismo Concilio, lo han afirmado directamente los últimos Papas en varias intervenciones: la Iglesia sin el pueblo de Dios, sin el protagonismo de los laicos es menos Iglesia. Luego hay que dar lugar a este protagonismo, estimularlo. Necesita la Iglesia muchos laicos con una hondura teológica y una luz espiritual que permita a la Iglesia llevar más luz evangélica a la vida de nuestra sociedad.
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